PERDER EL TIEMPO
¡¡¡Qué ganas tenés de perder el
tiempo!!!
Si supieras que querés, en
realidad tratarías de hacerlo. Pero no, estás sentado ahí, frente a esto, que
seguramente no te va a decir nada. Sin otro motivo que la espera de algo que
quizá nunca llegue.
Yo tampoco te voy a contar nada.
Por lo que puedo imaginar te
carcome lo suficiente la paciencia como para esperar lo inesperado.
Si sos cauto, cortés y
considerado, me animo y te lo cuento.
…El otro día, sin saberlo, me
paso algo muy extraño.
Eran como las cuatro de la tarde,
me encontraba caminando por las calles del centro de Montevideo, y ante la
persistente terquedad de mi boca de no emitir sonidos, mi cabeza pensaba a los
gritos. Pensaba, cuándo fue la última vez que alguien me devolvió un saludo, un
… pase usted; señora, suba usted primero, buen día, o simplemente: holaaa. Lo malo es que no tenía
recuerdos cercanos de ningún tipo que me contestasen a tal duda.
Ni siquiera la gente mayor
devuelve “amabilidades”, se olvidaron de las buenas costumbres, quizá por los
años de malos tratos vividos o por cómo se los ignora a diario.
La cuestión es que el último
registro que me viene a la memoria es, apenas, un ¡¡¡mmhh!!! del señor que limpia los baños en el Café Tortoni,
cuando fui a ver a Dolina en el 2005, luego de agradecerle el papel higiénico
que me dio, para borrar las secuelas de los morrones de la pizza especial que
nos comimos en Dippapo D’Oro frente al obelisco, antes de ir al Tortoni.
Pero ocurrió lo inesperado; con
32 grados a la sombra, las calles de Ciudad Vieja, en Montevideo, se derretían
cual pan de manteca a baño maría. Y apareció ella. Cuarenta y tantos, vestido
traslúcido blanco, cabellos rubios (teñidos) y de cada mano un gurí, dos
varoncitos de entre 3 y 5 añitos.
Ella venía, yo iba, y un jeep
destartalado estacionado en la vereda se interponía entre nosotros. Llegamos
casi al mismo tiempo, al jeep digo. Con cara de suspenso me miró, y por
telepatía llegue a escuchar que me decía: “¿qué hago?", y le respondí con voz firme y varonil: “adelante”, quedándome inmóvil para que
pase ella con los gurises.
Cómo disfrute de la enorme
sonrisa que se le dibujó en el rostro. Al mismo tiempo me respondió con un “muchas gracias”.
Lo mío siguió con un: “de nada, que pase bien”.
Con un esfuerzo enorme evite
darme vuelta, pero la carne es débil, y entonces, al verla irse con su
traslucido andar que sugería más de lo que mostraba pensaba que todo hubiera
sido diferente si…
“Que los parió”, esperame un cachito, después te cuento, un ratito
esperame, ya vengo…
¡¡¡Para que comí pizza especial
de nuevo!!!
Carlos
Fernández
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