Nuestro taller de escritura entroniza la práctica concreta de descubrirnos y compartirnos como escritores. Este blog, efecto secundario de ese compartir, construido casi sin querer, es la sombra de nuestros encuentros.

viernes, 23 de marzo de 2012

Perder el tiempo


PERDER EL TIEMPO


¡¡¡Qué ganas tenés de perder el tiempo!!!
Si supieras que querés, en realidad tratarías de hacerlo. Pero no, estás sentado ahí, frente a esto, que seguramente no te va a decir nada. Sin otro motivo que la espera de algo que quizá nunca llegue.
Yo tampoco te voy a contar nada.
Por lo que puedo imaginar te carcome lo suficiente la paciencia como para esperar lo inesperado.
Si sos cauto, cortés y considerado, me animo y te lo cuento.

…El otro día, sin saberlo, me paso algo muy extraño.
Eran como las cuatro de la tarde, me encontraba caminando por las calles del centro de Montevideo, y ante la persistente terquedad de mi boca de no emitir sonidos, mi cabeza pensaba a los gritos. Pensaba, cuándo fue la última vez que alguien me devolvió un saludo, un … pase ustedseñora, suba usted primerobuen día, o simplemente: holaaa. Lo malo es que no tenía recuerdos cercanos de ningún tipo que me contestasen a tal duda.
Ni siquiera la gente mayor devuelve “amabilidades”, se olvidaron de las buenas costumbres, quizá por los años de malos tratos vividos o por cómo se los ignora a diario.
La cuestión es que el último registro que me viene a la memoria es, apenas, un ¡¡¡mmhh!!! del señor que limpia los baños en el Café Tortoni, cuando fui a ver a Dolina en el 2005, luego de agradecerle el papel higiénico que me dio, para borrar las secuelas de los morrones de la pizza especial que nos comimos en Dippapo D’Oro frente al obelisco, antes de ir al Tortoni.
Pero ocurrió lo inesperado; con 32 grados a la sombra, las calles de Ciudad Vieja, en Montevideo, se derretían cual pan de manteca a baño maría. Y apareció ella. Cuarenta y tantos, vestido traslúcido blanco, cabellos rubios (teñidos) y de cada mano un gurí, dos varoncitos de entre 3 y 5 añitos.
Ella venía, yo iba, y un jeep destartalado estacionado en la vereda se interponía entre nosotros. Llegamos casi al mismo tiempo, al jeep digo. Con cara de suspenso me miró, y por telepatía llegue a escuchar que me decía: “¿qué hago?", y le respondí con voz firme y varonil: “adelante”, quedándome inmóvil para que pase ella con los gurises.
Cómo disfrute de la enorme sonrisa que se le dibujó en el rostro. Al mismo tiempo me respondió con un “muchas gracias”.
Lo mío siguió con un: “de nada, que pase bien”.
Con un esfuerzo enorme evite darme vuelta, pero la carne es débil, y entonces, al verla irse con su traslucido andar que sugería más de lo que mostraba pensaba que todo hubiera sido diferente si…
“Que los parió”, esperame un cachito, después te cuento, un ratito esperame, ya vengo…
¡¡¡Para que comí pizza especial de nuevo!!!

Carlos Fernández

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